3/27/2009

La Cita

Los golpes en la puerta fueron contundentes. Precisos. Potentes.

Él se preguntó porqué no habría tocado el timbre. Comprendió entonces que ella sería muy especial. Tanto como él anhelaba. Tal vez algo chapada a la antigua. Pero nadie que golpea así una puerta puede ser desapasionada, pensó. Y esto lo excitó.

Se apresuró a abrir. Antes de girar el picaporte, trató de alisarse el cabello con la mano. Sabía que ella vendría, pero el tiempo se escabulló más rápido que lo planeado. Remoloneó en la cama. Se demoró en la ducha. Y se inquietó ante la posibilidad que ella lo creyera un desconsiderado.

Abrió la puerta y quedó perplejo. Ella lucía bellísima. Mucho más hermosa de lo esperado. Totalmente diferente a como él la imaginara. Quizás un poco más oscura. No de una oscuridad lúgubre. Una oscuridad intrigante. Pero no sería un obstáculo. Nunca la oscuridad lo ha sido. Tanta belleza para tan poco tiempo, quizás resultara excesivo, pero imposible de rechazar. Ello tampoco sería obstáculo.

El vestido negro, bien ceñido al cuerpo, le sentaba de perlas, a pesar que las perlas más preciadas fueran las blancas y el vestido de brillante negrura. El detalle de los guantes de seda resultaba magnífico. Alta y delgada. Delicada y misteriosa. Se dio cuenta entonces que una gota de sudor le recorría la espalda. Una de aquellas gotas que se brotan tibias, pero se desbarrancan heladas.

En la penumbra bajo el dintel, ella lo miró fríamente, a la vez ansiosa. Él hizo el ademán gentil para que entrase. Ella agradeció con una leve mueca, un movimiento de cabeza, e ingreso lentamente, desplazándose sobre sus tacos aguja. Pié delante del otro pié en cada paso. Ondulante. Sugerente.

Él necesitaba ser un caballero diligente, a pesar de estar despeinado. Le invitó a sentarse, le ofreció una bebida. -“Diet”- escogió ella.

Luego él la convidó un cigarrillo. Ella aceptó de buena gana.

"Lástima que el tabaco mata"-, comentó él, algo nervioso. – “Ese es el secreto de su éxito”-, respondió ella, mientras exhalaba una boconada de humo que en espiral ascendente, se alejaba hasta estrellarse contra el cielorraso de yeso.

-“Te deseo ahora” – exclamó ella sin cabildeos, sin dejar de mirarlo. Y su voz redobló seca y tajante en la sala, como convirtiendo un deseo en orden.

- “Me halagas... pero terminemos el trago... aún es temprano” – respondió él.

- “Nunca es temprano” – dijo ella con tono seguro. – “Simplemente es o no es. Y no me gusta perder tiempo en lo que no es”-.

- “Vamos... dame la chance de unos minutos... luego me tendrás”– suplicó él, en tono calmo. Ella se incorporó del sillón y camino hacia él. Sus pasos no retumbaron en la sala. Se paró a su lado, y con una mano comenzó a acariciar sus cabellos, de por sí despeinados.

Él suspiró profundamente. –“Veo que eres persistente, nada te detiene ¿verdad?”- murmuró mientras entrecerraba los ojos. Su respiración comenzaba a acelerarse. Su corazón pasaba del tranquilo paso al enérgico trote del centauro.

- “Es mi esencia. Nada ni nadie me detiene cuando lo deseo. Jamás” – fue su lacónica respuesta. Y por un instante él pudo observar un dejo de nostalgia o remembranza en el duro rostro de ella. Pero solo fue un instante. Y los instantes se esfuman en la nada.

- “¿Lo prefieres aquí... o en el cuarto?”- consultó ella ya impaciente, aunque con voz muy pausada, tranquilizante. Seguía penetrándolo con la mirada. Ella manejaba el juego. Cada lapso. Cada pausa. Ambos lo sabían. Él era pura adrenalina.

- “En el cuarto, por supuesto”- respondió él. – “Es más práctico, me gusta lo clásico”-

- “De acuerdo”- disparó ella, mientras el brillo de su sonrisa tornaba pícara la penumbra por un instante. Pero los instantes... Lo tomó entonces de la mano y se dirigió hacia el cuarto. Ella llevaba la iniciativa decididamente, a pesar de ser la primera vez que visitaba la casa. Eso le agradaba a él. Dejarse ser llevado, aunque sea por una vez, resultaba plácido.

Al llegar la habitación, ella giró y se quitó los zapatos. Luego fue el turno de las largas medias de seda, descendiendo por sus estilizadas piernas. Y el enérgico trote del corazón de él se fue convirtiendo en imponente galope de semental en celo.

Luego se acercó hasta que ambos cuerpos quedaran casi unidos, de pié. Y casi apoyando sus labios contra los de él, preguntó: -“¿En el piso o en la cama?"-; Él sintió que la sangre hervía en las venas. Sintió como si estuviera desbarrancándose desde la cima más alta, hacia el abismo más profundo. Hacia una pendiente eterna. –“Creo... que... en la cama estaría bien...”, respondió él titubeante. Y esta vez no por metódico. Simplemente porque ya era hora. Y cuando es la hora, ya no debe abundarse en palabras.

- “Eres un clásico... claro, eres un hombre. Las mujeres suelen tener más imaginación” – exclamó ella, mientras se quitaba los guantes de seda. Y el morbo del comentario hizo que él sintiera un hormigueo en el estómago. Su pecho era ya un corcel desbocado.

- “¿Algo más antes de hacerlo? “ – preguntó ella mientras él se acomodaba en la cama, algo tenso, un tanto nervioso. Muy nervioso.

- “Sí... dime tu nombre” - respondió él.

- “No, ese deseo no es posible. Puedes llamarme como desees. Debo confesar que me excita ser llamada de tantas diferentes maneras. Pero no habrá posibilidad de negociación con esto. Usa tu imaginación”- reflexionó ella.

- “De acuerdo... música entonces. Me encantaría escuchar de fondo una suave música”- dijo él. – “Dime el tema que prefieres y serás complacido” – consultó ella, mientras el vestido negro dejaba de ceñir y caía, dejando al descubierto su total desnudez. Bestial desnudez.

- “El... el Ave María” – respondió con un dejo de vergüenza.

- “Eres un pervertido... y eso me fascina”- respondió ella, lujuriosa. Ya era tarde y cada minuto contaba, debía apresurarse.

La música comenzó a poblar los silencios, muy tenuemente hasta perpetuarse plena, invadiendo de pentagramas y nostalgias el cuarto. Ella colocó su desnudez sobre la de él. Desnuda. Acarició su rostro. Besó sus párpados. Y él se entregó totalmente. Se dejó llevar. Libre ya de remordimientos y pecados se dejo llevar. Ya era hora. La hora. Hora de dejarse llevar.

- “¿Estás preparado?” – preguntó ella haciendo alarde de tino y calma. “¡Claro, vamos pronto de una vez!” – fue la respuesta, que por primera vez demostró seguridad.

Los labios de ella se posaron sobre los de él. Fue solo un instante. Un eterno instante. Como una succión apasionada. Ella humedeció su abismo en deseo. La noche fue testigo. Retraerse suavemente contra la soledad y embatir a fondo, contra el hastío. Entornar los ojos a lo que vendrá. Él se estremeció. Su cuerpo se convulsionó durante un breve lapso. Y fue entonces la hora. Luego del cimbronazo procedió la calma. Él se quedó quieto, muy quieto. En silencio y sin movimiento. Y comenzó a enfriarse lenta, continua, progresivamente.

Ella se incorporó y se alejó de la cama. “Tarea cumplida” se dijo, mientras se dirigía hacia el baño. Se lavó los dientes tan blancos como perlas. Con el cepillo de él. Y se lavó las manos. Con el jabón de él.

Luego de peinarse, se vistió y volvió a calzarse y colocarse los guantes. De seda. Plena.

Ya era la hora de visitar otro cuerpo. Otra forma. Otra rutina.

Antes de cerrar la puerta del cuarto, se dio media vuelta un instante para dedicarle una última mirada al cuerpo que fuera de él. Yacía tendido sobre la cama. En su rostro parecía reflejarse una mueca, mezclaba de sorpresa y tranquilidad. Sólo un cuerpo más, cuerpo ya sin alma. Inmóvil y pálido. Tan pálido.

Ella cerró la puerta y se encaminó hacia el ascensor. Ya en descenso consultó en la diminuta agenda su próximo destino. No había tiempo que perder.

-“No es tarea fácil la de ser Muerte”- se dijo, resoplando levemente, a sí misma. -“Nunca hay descansos”-.

Se sintió apesadumbrada, pero así era ella.

Perseverante. Eficiente y solitaria.-

Gustavo Galliano

3/26/2009

Él

La lluvia golpeaba con suavidad su rostro y la brisa acariciaba su cuerpo mientras extendía los brazos para sentirse más vivo que nunca. Por su cabeza no pasaba preocupación, el sonido de las olas relajaban su mente y la frase “no hay mejor lugar” se repetía incesantemente. Había llegado ahí con la esperanza de encontrar libertad, y lo había logrado.

Tenía una compañera que caminaba con él de la mano por cualquier camino y hacia cualquier adversidad, con la que compartía un hogar sin necesidades, tanto emocionales como materiales. Había logrado establecer su lugar en el mundo y ahora se encontraba frente al mar agradeciendo con toda su existencia el tener vida, amor y libertad.

Mientras tanto, ella lo miraba desde la entrada de su casa, serena…feliz, por tener la fortuna de compartir su vida con el que, para ella, era el mejor ser humano que pudo haber encontrado.

Maricela Morlet

3/23/2009

Espero curarme de ti

Hoy no tenía planeado subir nada nuevo al blog. No quiero meter muchas cosas en poco tiempo y saturarlo, pero una amiga, que en estos días ha probado ser grande, compartió conmigo un poema de Jaime Sabines. Es la segunda vez que me comparte algo que termina encantándome, así que le agradezco el tenerme esa confianza.

En el momento de leer el poema, le dije a mi amiga: "Creo que se acaba de convertir en mi poema favorito". Tal vez crezca y deje de serlo, pues somos seres circunstanciales y nos vamos acoplando al cambio, y en este momento mis circunstancias son descritas de excelente manera por ese poema. Se los dejo para que reflexionen conmigo. Creo que muchos sentimos eso más de una vez en nuestras vidas.

Espero curarme de ti

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: "que calor hace", "dame agua", "¿sabes manejar?", "se te hizo de noche"...Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho "ya es tarde", y tú sabías que decía "te quiero").

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que tú quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Jaime Sabines

3/21/2009

Alguna vez

Cuando estaba en la primaria y secundaria, era parte de la estudiantina de mi escuela. Pasé por varios instrumentos desde la guitarra hasta el pandero e interpreté muchas canciones que generalmente llevaban mensajes de amor. Pero hubo una que me agradaba especialmente, y aunque en aquel entonces era yo muy pequeña para entender de lo que realmente hablaba, siempre me sentí muy identificada con ella.

Esta canción, no era famosa, ni fue compuesta por uno de los grandes maestros de la música. Fue creada por el director de mi escuela, quien siempre lograba sorprenderme con una infinita creatividad pare crear y cambiar cosas. Hasta la fecha esa canción me gusta muchísimo, tristemente no recuerdo las notas en la guitarra y las veces que he tratado de tocarla, solamente me llevo un rato de frustración. La que si tengo muy grabada es la letra y pensé en compartirla con ustedes en estos días que parece estar más presente que nunca. Espero se identifiquen con ella tanto como yo.

Un abrazo enorme a Lino.

Alguna Vez

Alguna vez
ha pasado que en mis noches
tengo estrellas más de diez
Alguna vez
a mi corazón algún latido
lo hizo estremecer
Alguna vez
me ha sorprendido este ingenuo miedo
de no volverte a ver

Coro:
Y es que no sabes que sin ti
el tiempo es lento más que ayer
el movimiento del reloj
desaparece junto a ti
y es que no sabes tú
lo que yo siento... por ti

Alguna vez
he soñado con la luna
hasta el amanecer
Perdóname
si me he perdido en tu camino
fue solo sin querer

Y es que no sabes que sin ti
el tiempo es lento más que ayer
el movimiento del reloj
desaparece junto a ti
y es que no sabes tú
lo que yo siento...

Y es que no sabes que sin ti
mis alas vuelan hacia el mar
estrellándose en las olas de la soledad

Y es que no sabes que sin ti
el tiempo es lento mas que ayer
el movimiento del reloj
desaparece junto a ti
y es que no sabes tú
lo que yo siento... por ti

3/20/2009

Podría ser

Ella no terminaba aún de guardar el cambio del taxi, cuando sus ojos ya distinguían a lo lejos una imagen agradable. Él venia escribiendo un mensaje en su celular cuando su vista se regresó para enfocar una silueta distraída. Ella trató de no mostrar obviedad ante la mirada fija que se le acercaba con expectativa. Él no intento disimular el interés en verla más de cerca.

Sus miradas se cruzaron y dos sonrirsas se dibujaron...

Ella, vencida por la timidez, bajó la mirada antes que él. Él sonrió con ternura mientras agachaba la cabeza. Ella quería ver esa expresión llena de seguridad y amabilidad de nuevo. Él... también... Los dos voltearon y por encima del hombro sus miradas volvieron a encontrarse. Apenados por la situación se volvieron y continuaron su camino. Ella trataba de adivinar el nombre de él. Él trataba de adivinar si ella vivía cerca.

Podría ser que el viviera ahí, podría ser que ella estuviera visitando a alguien, podría ser que la persona a quien él mandaba mensaje fuera su novia, podría ser que ella tuviera novio, podría ser que los dos tuvieran destinos completamente opuestos, pero por un momento sus mundos se cruzaron y una sonrisa ajena les bastó para mantener la mente ocupada por las siguientes noches, en las que ella trataría de adivinar si lo vería de nuevo y él tal vez solo siga preguntándose si ella vive cerca...

Maricela Morlet