5/27/2010

A vestir santos

Cuando era chica tenía millones de inseguridades. Poco a poco las he ido matando y aunque aún tengo muchas, definitivamente no soy la misma tonta de la secundaria a la que le hacían miles de bromas pesadas que solo terminaban convenciéndola de que era la más fea de todo el colegio. Claro que a esa edad ser la más fea del colegio es una catástrofe pues significa ser la más fea del mundo. No conocemos las dimensiones reales de lo que nos rodea y la persona que somos en la escuela es la que creemos que veremos frente al espejo el resto de nuestros días.

Afortunadamente no es así. Hoy en día no me considero ni una niña, ni la más fea del mundo. Tampoco estoy diciendo que soy más guapa que Jennifer Aniston o Megan Fox pero creo tener mi encanto… del cual últimamente he vuelto a dudar bastante.

Esa frase de “quedarse a vestir santos” me parece menos graciosa con el tiempo. Varias de mis compañeras de generación ya se han casado en el último año y eso me ha puesto a pensar. Sin afán de parecer engreída, no soy una persona que pase desapercibida. Sí, yo siempre he dicho que el gusto entra por los ojos y el amor por la boca. No es que te enamores de alguien cuando lo besas, sino que hablando se conoce la gente y las palabras tanto pueden hacer que alguien se enamore, como pueden hacer que ese gusto se vuelva a salir por donde entró. Regresando al tema la verdad yo misma me he sorprendido del físico de los chavos que voltean a verme. Soy de las mujeres que se ríe en la calle por las cosas que le gritan… y aun así sigo sola. Entonces definitivamente el físico no es ni lo principal ni lo es todo. Ahora; no me considero una mala persona y definitivamente no creo ser el tipo de mujer que disponga del corazón de un hombre solamente por diversión. A veces me paso de buena gente y por lo mismo soy muy enamoradiza y corro el riesgo diariamente de ser arrollada por un nuevo tren llamado hombre.

He tenido tantas y tan malas experiencias con los hombres, que llegué a un punto en el que inconscientemente me hice creer a mi misma que no tenía ya el derecho de pedir mucho del sexo opuesto. Que esta mujer en la que me he convertido es materia tan dañada que no merece pedir que alguien luche por ella.

Afortunadamente me di cuenta de que no es así. ¿Por qué si nunca he tratado a un hombre como plástico desechable, si no he besado a alguien sin pensar en las consecuencias de ello y si jamás he pensado siquiera en decir un “te amo” sin sentirlo, no puedo pedir a un hombre que me trate mínimo con el respeto y consideración con las que yo los he tratado a ellos?

La verdad es que yo sí creo en príncipes azules. Cuando me imagino a mi hombre ideal realmente pongo esfuerzo en ello. Algunos dirán que soy ingenua y pido mucho pero creo que a estas alturas y después de tantos golpes, solo pido lo justo: lo que la vida me ha enseñado a valorar en un hombre y lo que no he logrado encontrar en ninguno. Hay una frase que dice “la gente no sabe lo que quiere hasta que se los muestras” bueno en mi caso es al revés, he tenido tanta ausencia de ciertas cosas que se exactamente que esas son las que quiero. Pero el problema ya no es lo que yo quiero sino lo que los hombres buscan. Buscan una mujer que se haga la difícil pero que abra las piernas más fácil de lo que es abrir un refri, que tenga mil hombres alrededor porque seguramente alimenta su sentido de competitividad, que los trate tan mal como un leñador a un árbol, y que los deje siempre con ganas de algo más.

Definitivamente yo no soy así, tal vez esa es la razón por la que me quedaré a “vestir santos”. Por eso y porque pido mucho de un hombre. Ni modo, si esas son las razones que así sea. No pienso bajar la cabeza y buscar menos de lo que merezco, así como no pienso partir mi alma y dar más de lo que tengo. Ya no a menos que eso sea lo que reciba. Si ese es el precio que debo pagar, que traigan la tela y los santos que estoy lista para trabajar.